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RELATO Nº34 --DE TU ALMA A LA ETERNIDAD--

CASO Nº 528532: Frank W. Costello, 13 de Marzo de 1962

 

                                                                                                                                             Foto: Kaitlyn Jade


Y para finalizar el apartado de los Spin Off, una batalla sin igual entre Jack y el capo de la Mafia más peligroso de todo Chicago. Espero que les guste. Muchas gracias por leerme.

 

 

 

 

 

 

CASO Nº 528532: Frank W. Costello, 13MAR1962:



  ¿Quién iba a pensar que acabaría aquí? A duras penas logro mantener el pulso para coger el encendedor del bolsillo interior de mi gabardina. Busco con torpeza entre mis miserias un pitillo:
 
   —Joder, un último pitillo, maldita sea. ¿Ni siquiera eso me vas a conceder? Cuando el “jefe de ahí arriba” se cabrea contigo, no tiene clemencia.
 
  Toso pequeños esputos de sangre. Aún manteniendo presión en la herida, un agujero de una nueve milímetros en el estómago duele, joder si duele. Al fin logro encender el pitillo. Doy unas largas y placenteras caladas, dejo que el humo llene bien mis pulmones. Sentado en este maloliente callejón, encima de mis propios meados, no es precisamente cómo tenía planeado morir; no es mi idea de tener una muerte heroica. Ni tan siquiera he conseguido salvar a Sara, ¡maldita sea!

  El callejón poco a poco se torna rojo y gris. Apenas siento dolor. Pero… no me jodas. Serás…Para más inri empieza a llover.

  —Maldito hijo de perra, ¿tanto me odias? No te vas a librar del viejo Jack tan fácilmente.

  Es para reírse. No paro de pensar en las malditas ironías que a veces jalonan nuestro destino. Algo tan nimio como un pequeño sobre que cae del bolso de una desconocida, te lleva de cabeza a palmarla en el peor agujero de Chicago: “Murió como un estúpido imbécil y empapado”; deberían poner eso en la lápida.

  Todo comenzó hace unas doce horas, tomaba un tentempié en donde Colette. El café es espantoso, sabe como a meado de rata. Pero el lugar es bastante acogedor y sirven los mejores huevos revueltos a este lado la ciudad. Suelo ir entre las diez y las once, después de acabar mi Whisky vespertino en la oficina. Al principio empecé a frecuentarlo porque estaba vigilando a Sara, ya que desde ahí podía estar al tanto de sus movimientos sin problemas. Bueno, eso duró un tiempo hasta que Sara vino a casa, pero eso es otra historia.

  Una de las inquilinas del edificio, entró tomarse algo. Se sentó justo en la mesa que hay frente a mí; la verdad que no le presté mucha atención, de unos veintimuchos, soltera,  pelo castaño recogido, manos encallecidas por un trabajo duro en una fábrica o similar. Tardó unos veinte minutos en terminarse unas tortitas y café. Cuando se levantó, dejo un billete de diez, más que de sobra para el desayuno y la propina. Esa fue la primera punzada que restalló en mi cabeza. Se marchó forma apresurada, como si de pronto cayera en la cuenta de que se le hacía tarde. Ahí, de su bolso, cayó un sobre. El maldito sobre que me ha traído aquí. Cuando me incliné desde mi asiento para recogerlo, ahí estaba otra vez la punzada en mi cerebro, como una alarma de incendios.  

  En la esquina inferior tenía el acrónimo de M.S.P.C.A., San Francisco.
 
  —¡Por los clavos de Cristo! —grité horrorizado—. No puede ser. Centro Penitenciario de Máxima Seguridad de Alcatraz.

  No me gustan las sorpresas, ni las navidades, sobre todo después de mi último divorcio. Mucho menos los cumpleaños, onomásticas… ¡Qué carajo!, ninguna celebración. La única reunión que debemos tener todos, es con Dios todo poderoso cada domingo.

  Y eso de la cafetería fue una maldita sorpresa, una broma pesada del creador que aún no logro comprender. Cerré los ojos con el sobre entre mis manos y clamé al cielo en silencio. Cuando conseguí serenarme, lo abrí con mucho cuidado:

 Querida  Nicole:

  Estas haciendo un trabajo magnífico. Siento no poder verte esta semana nuevamente, pero el poco tiempo que dispongo de visitas lo consume casi en su totalidad mi abogado. Hay mucho trabajo que hacer, ya lo sabes. Cuando obtenga el traslado a una cárcel de Chicago, serás la primera que venga a verme, lo prometo. Nuestro amor no podrá marchitarse pese a las acciones de gente tan mezquina como tu vecina Sara. Mentir de esa manera deliberada en el juicio, sabes que jamás mataría a una mosca, me conoces mejor que nadie ¿Cómo iba a hacerle esas cosas tan horribles a Susan? Vete a saber con que clase de chusma se relacionaba, ya sabes cómo era. Para colmo su hermana me carga el muerto a mí, por Dios, a mí.  Le traerá consecuencias, tú me entiendes.

 Has salvado mi alma de la desesperación a la que se ve sometida en este pútrido manicomio. Desde el mismo día que ingresé y recibí tu primera misiva declarándome tus sentimientos, supe que serías de gran ayuda. Aún recuerdo cuando te veía bailar en el Golden, sin duda eras la mejor de todas, “esa chica promete”, le decía siempre a mis socios.

Cuando todo esto haya terminado y destapemos a esa zorra mentirosa, nos iremos juntos de viaje a Europa.

Siempre tuyo, F.

 

  ¡Mierda! Si por un instante cree que ha perdido la carta, Sara está muerta. La protección de la policía que se le concedió tras el juicio era de tan solo unos meses. Eso es lo que pretendía averiguar. Cuánto le concedieron de protección para saber dónde y cómo hacer que “desaparezca”. Pero el más mínimo indicio de que Sara puede esfumarse, hará que actúe de inmediato, este o no la poli ahí.

  Cerré el sobre lo mejor que pude y salí corriendo tras ella. No la vi por ningún lado.¡Maldición! No puede haber ido tan lejos. Además, una pelirroja con un recogido tan característico es como para verla desde cierta distancia. Crucé la calle y sin pensarlo dos veces, subí al techo de un coche aparcado.

  Me pareció verla girar la esquina a unas dos manzanas, en dirección oeste. Salte de lo alto del vehículo. Aterricé como un gato borracho y  acabé rodando por los suelos. ¡Por todos los santos! Me ardían las rodillas y la cadera me daba unas punzadas atroces, casi no conseguí ponerme en pie para alcanzar a la chica. Me sentía como un juguete de hojalata viejo y oxidado.

  Tras una eternidad recorriendo esas dos malditas manzanas, giré al oeste y me detuve a observar.
Volví a vislumbrar entre el gentío a la muchacha, me llevaba bastante ventaja. Si va por la calle Sturmfol es que se dirige a la estación de metro. Corté por unos cuantos callejones y al llegar a la escalera de la estación ahí estaba. Debía pensar rápido o se me escapaba otra vez. Una mirada alrededor me condujo a un chaval de unos ocho años que vendía la prensa junto a la escalera:

  —¡Eh chaval! ¿Quieres ganar cinco pavos fáciles?
  —Estoy para servirle señor.
 —Mira, ¿ves a esa pelirroja de ahí? Resulta que me gusta mucho y no se como decírselo
  —¿Y qué pinto yo en eso?
  —No incordies renacuajo, ¿Quieres esos cinco dólares o no?
  —Claro.
  —Atiende. Le he escrito una carta y quiero que se la entregues. Tu haces como que se le ha caído al suelo. Ya en el interior le cuento de sobra. Así se emocionará más cuando la lea. ¿Has entendido bien?
  —Señor, esto… por cinco pavos no dejo yo mi puesto para que me lo coja otro. La cosa esta difícil y me llevare una buena en casa si no llevo algo más que cinco míseros dólares.
  —¡Joder con el mocoso! Que sean diez.
  —Cincuenta.
  —¿¡Pero que coño!? ¿Por quién me has tomado? ¿Por Rockefeller? Quince.
  —Cuarenta.
  —No me calientes muchacho, coge los quince malditos dólares y hazme el favor. Que no la alcanzas.
  —Treinta y cinco. Y es mi última oferta señor, la chica esta apunto de entrar en la estación. El precio del billete de metro no se lo cobro ¿Quiere que entregue la carta de amor o no?
  —Maldito mangante del tres al cuarto, me esta estafando un mocoso de mierda. ¡Toma! Y date prisa.

  El chaval dejó su prensa en un rincón y partió a toda prisa. Me quede de piedra al ver que giraba en dirección contraria. Me había estafado nada más y nada menos que treinta y cinco pavos y el muy cabrón se larga con la carta. Tuve la tentación de sacar a Clementine pero me contuve. Corrí escaleras abajo tras el chico. De soslayo vi que la pelirroja iba en dirección sur, al centro de la ciudad.

  La puñetera rata ladrona no había manera de alcanzarla. Se escurría por pasadizos y agujeros que me hacían casi imposible seguirlo. Sube las escaleras de salida, continua la huída por callejuelas aledañas a la estación hasta que llegamos a un callejón un poco apartado. Ya casi lo tenía cuando un tipo me cerró el paso. El chaval se para en seco y se ríe. Esto no podía estar pasando. ¿Me van a robar dos veces en menos de cinco minutos?

  Miro hacia atrás y veo dos figuras más a contra luz:

  —Me temo que hoy no es un buen día para tocarme los cojones. Podemos hacerlo de dos maneras bastardos, o me dejan al chico o más de uno saldrá con los pies por delante.

  Ninguno de ellos contesta, sólo sonríen. El que tengo frente a mí saca un bate, detrás oigo sonidos metálicos, puede que sean de puños americanos o un simple tubo.

  —Muy bien muchachos… ¿Queréis bailar, no? Os voy a presentar a mi amiga. Se llama Clementine.

  Me encanta el efecto que produce cuando la ven. Esa mirada mezcla de decepción y arrepentimiento, la misma que me dedicó mi primera exmujer, Ruth cuando nos acostamos la primera vez. Ahora la entiendo. Crees que has hecho tu mejor jugada, pero no llegas ni de lejos a primera división.

  —Así es la vida chicos. Ahora, largaos. No. Tú no, rata escurridiza. Dame el sobre y mi dinero.

  Muy a regañadientes me devolvió cada dólar que me robó y el sobre:

  —Toma anda, has conseguido engañarme dos veces, eso no lo consigue cualquiera. Te has ganado esos cinco dólares. Ahora te advierto, Como te vuelva a ver estafando a alguien o robando en vez de cinco dólares serán cinco años en la cárcel, ¿entiendes?

  El muchacho salió corriendo por el mismo camino que sus secuaces. Y yo me encuentro en la casilla de salida. Con un problema muy gordo y la vida de Sara en peligro.
 
  No tenía más remedio que volver sobre mis pasos a la estación y coger el próximo metro hacia el centro.  Al llegar, me quedé atónito, la chica estaba allí, retozando como un gata en celo en los brazos de un tipo. Eso sí son ganas, pagar cincuenta centavos por ver a alguien especial en vez de esperarlo fuera de la estación. Creo que jamás nadie hizo algo tan estúpido por mí, y que quede claro que yo tampoco soy tan imbécil.

  Me tranquilicé unos instantes, me acerqué al pequeño dispensario de prensa junto a la entrada de la parada y disimulé mientras pensaba como diantres voy a colarle la carta de nuevo en el bolso. Mi anterior idea fue un auténtico fiasco y con la compañía que tiene ahora será aún más difícil. Que, mirándolo mejor, le saca como dos cabezas a ella y casi el doble de espaldas que yo.  Más que un amante parece su guardaespaldas.

  Les seguí por la ciudad manteniendo la distancia, hasta que por fin se decidieron a parar y tomarse algo en una heladería. Ya maldecía a Dios por mi puñetera suerte de estar pateando las calles como un puto poli novato, ¡qué mierda de recuerdos! Tuve que sacudirme la gabardina un par de veces antes de entrar, como si quisiera deshacerme del hedor a fracasado de encima. Mi cara de mala hostia no agradó a nadie y la camarera hizo lo imposible por ignorarme todo lo que pudo:

  —Señorita, disculpe. No quiero molestarla, llevo un día de perros y quisiera animarme un poco, ¿podría servirme algo…? —Usé mi mejor sonrisa dadas las circunstancias.
  —Querido, no hace falta que me digas más, note tu mal humor a dos manzanas de aquí.

  La amable camarera, una morena curtida cerca de los cuarenta, se ausentó unos minutos y al regresar puso frente a mí un enorme batido de fresa. Yo no podía estar más sorprendido y cabreado al mismo tiempo, ¿quién demonios se anima con esta maldita bazofia?

  —Señorita, por el amor de Dios, ¿a quién puñetas le puede alegrar el día esto? ¿Me ha visto la cara? Joder, póngame un whisky triple, como mínimo, y si quiere alegrar a un hombre, añada un poco de soda y una buena sonrisa.

  Noté el impulso de la mujer de tirarme el enorme batido por encima. Gracias a Dios, lo retiró de muy malas maneras y volvió con un vaso hasta arriba de whisky; lo puso delante de mí con la sonrisa de asco más exagerada que pudo. Y yo que quería camelármela un poco para que me ayudara con el sobre. Mira que eres gilipollas cuando te lo propones Jack, a eso no te gana nadie.

  Después de lamentarme, observé el vaso, y me pregunté si las pequeñas burbujas que revolotean por la bebida son de un poco de soda o que ha escupido dentro la muy… Seguro que lo tengo merecido. “¿Qué puede pasarte por un poco de whisky rancio y saliva?”, pensé. Con una amable sonrisa, miré a la camarera y levanté el vaso con un pequeño ademán de brindis. Mis sospechas se confirmaron al verla con los ojos como platos. Volví a sonreír después de un gran trago. Me gustan las mujeres con carácter, es como verme en un espejo roto, hay muchos pedacitos de mí dentro de ellas que voy descubriendo con el paso del tiempo. Creo que vendré más a menudo por aquí.

  Sin que yo le dijera nada, la mujer vuelve con otro whisky a modo de disculpa, esta vez con soda de verdad y una piedra de hielo. “A esta invita la casa”, me dijo con tono amable.  Vuelvo a alzar mi vaso y brindo a su salud.
 
  Al llegar casi al final del vaso caigo en la cuenta de que los tortolitos se alejaban ya del local. Dejé un billete de diez sobre la barra, busqué a mi nueva amiga con la mirada y cuando sus ojos se cruzaron con los míos le dije: —Por las molestias encanto.

  Fui tras ellos calle abajo. Paseaban, al parecer, sin dirección concreta, no miraban ninguna boutique, ni otro tipo de tienda, nada. Tan sólo andaban, ¿por este barrio de mierda? ¿Pero qué clase de cita es esta? Y todavía no se cómo diantres arreglármelas para devolverle el maldito sobre. Piensa Jack, piensa. La anterior cafetería fue una oportunidad de oro perdida, con que la camarera fingiera que se le había caído y devolvérselo era suficiente. Después sólo quedaba ir a buscar a Sara y mandarla fuera de la ciudad, o del estado… o del país ya puestos; donde ese malnacido de Costello no pueda encontrarla.

  Tras una hora interminable de paseo por las peores calles de Chicago, llamaron a un taxi. Hice lo propio, llamé a a otro y le pedí que siguiera al de delante con el pretexto que eran mis amigos e íbamos al mismo sitio. El billete de viente que le enseñé me ahorró más explicaciones estúpidas.

  Llegamos a una zona donde habían unos cuantos hoteles. He de reconocer que esta zona en concreto me sigue sorprendiendo; hay alojamientos de poca monta por cinco dólares la noche; hasta los más decentes y rayando el lujo por más de cien. Siempre he sabido que es territorio de gánsters, pero traerte a tu chica aquí…esto cada vez mejora. Ya pasaban de las cuatro, imagino que irían a tomarse un descanso y cambiarse para la cena, o el descanso vendría después de unos cuantos asaltos. No me quedaba otra que ir a la recepción y esperarlos mientras pensaba en algo.

  Al entrar, busqué por el hall algún lugar discreto donde tener vigilada la escalera y a ser posible sentado. El recepcionista enseguida hizo contacto visual conmigo, me hizo un discreto gesto para que me acercara al mostrador de la recepción. Yo estaba sorprendido, igual me había confundido, así que en principio, no le hice mucho caso. Hasta que el hombre perdió la paciencia y me llamo a voces:

  —¡Monsieur Somers!, ¡caballero!, ¡monsieur Somers, por aquí! ¿¡Monsieur!?

  Me acerque muy despacio, con una sonrisa desconcertante y la mano preparada muy cerca de mi revólver.

  —Disculpe, ¿me conoce?

  —Monsieur le están esperando en la habitación tres doce, segunda planta.
  —¿Cómo dice? ¿Quién? Yo no conozco a nadie alojado aquí, de hecho sólo estoy de paso. Me pareció ver a un viejo amigo entrar y vine a echar un vistazo. Ya me iba.
  —Pues debe ser su amigo el que lo espera monsieur.
  —Te repito que yo aquí no pinto nada y como me vuelvas a llamar “mesiú” te doy de ostias hasta que cagues tus dientes, ¿me oyes? Maldito franchute libertino hijo de perra.

  El recepcionista, sin inmutársele ni un solo pelo de ese estrambótico bigote, me señala las escaleras y me vuelve a dar  indicaciones:

 

—Monsieur, segunda planta, habitación tres doce. Su amigo dijo que tienen negocios que atender y que la chica les acompañaría.

—¿Chica?, ¿qué chica?, ¿cuál es su nombre?
—Habitación tres doce monsieur.
—Me cago en mi maldita suerte, joder, ¿te pagan por repetirte como un puñetero pajarraco de esos? Como le hayan tocado un solo pelo a S…

  Me callé el nombre, no quise darle señal alguna de que estaba buscando a Sara. Subí a paso acelerado las escaleras hasta que me encontré frente a la dichosa puerta “312”; Aún tenía la voz del francés de recepción en la cabeza: “habitación tres doce mesiú”. “¡Mesiú!” Mamón de los cojones.

  No me lo pensé dos veces, saqué a Clementine y entré con una coz tal, que arranqué la puerta de las bisagras. Mi sorpresa fue mayúscula al ver más de diez hombres armados hasta los dientes. Se giraron todos sobresaltados. Me encañonaron con revólveres, escopetas e incluso uno tenía una Thompson. Maldita sea, hasta a alguno le colgaban granadas de mano del cinturón. Podría decirse que justo en ese instante me sentí alagado, ¿todo eso por un mierda como yo?

  —Bajad las armas chicos, no, tú no Toni, no dejes de apuntar al señor Somers. ¿Qué tal Jack? ¿Ya no saludas a los viejos amigos?

  De detrás de todos esos hombres apareció Costello, con su mierda de sonrisa de gánster italiano hijo de perra, con ese traje que dice “aquí mando yo” y su condenada mirada de desdén que tanto me irrita.

  —Es imposible, te empapelamos, deberías de estar pudriéndote en una celda, espagueti hijo de perra.
  —Ya ves Jack, no es bueno perder los nervios por tu chica cuando haces una detención, aquí la víctima soy yo. Libertad bajo fianza. Tu mala praxis me ha sacado de la trena. Estoy aquí para devolverte el favor. —Miró a uno de sus lacayos— Traedla.

  Abrieron la puerta de un armario y ahí estaba Sara, maniatada, pero viva. Aún tenía una posibilidad.

   —Como le hagas algo te juro…
  —¿Qué Jack? Ahora soy intocable.  No pretenderás hacer la estupidez que pienso que vas a hacer, Jack. Venga, vamos, tu eres mejor que eso, el Jack Somers que yo conozco es un héroe, no un asesino. ¿Pretendes matarnos a todos con esa mierda de pistola? Podrías hacerle daño a tu chica. —Ríe— Pero no te preocupes que tendrás tu oportunidad. Por eso no te apures Jack.

  Tres de sus hombres se acercaron, me cachearon a conciencia y me ataron con fuerza. Entre tanto, sacaron una soga, le hicieron un nudo corredizo y la pasaron por un madero que tenía pinta de estar recién fijado al techo para la ocasión. Me van a ahorcar delante de ella y después sabrá Dios que le pasará. La pondrán a trabajar en alguno de sus prostíbulos hasta que acabe en algún contenedor de basura como muchas otras. Si la suerte le sonríe, le pegaran un tiro en la cabeza aquí mismo, desde luego es mejor que una vida de un asqueroso prostíbulo a otro rodeada de babosos como Costello.

  —Mira Jack, te voy a contar qué va a pasar ahora. Tu chica y tú vais a morir. Y vas a tener que decidir quién de los dos va a hacerlo primero Jack. ¡Vamos!, no me mires así. Seré clemente, tendré la misma indulgencia que mostraste conmigo. Te dije que tendrías una oportunidad, yo nunca miento Jack.
 
  La sonrisa del malnacido de Frank relucía como la de un chaval al que Santa ha cumplido sus deseos por Navidad. Subió a Sara a una banqueta de madera. La horca era para ella. Le pasaron el nudo alrededor del cuello y tensaron la cuerda de modo que mantenía un precario equilibrio con la puntas de los pies.

  Pensé que ahora revelaría su plan maestro, su novena sinfonía de venganza y muerte, donde con toda seguridad vería como ella muere despacio, agonizando, mientras me tortura. No se lo iba permitir; dejaría que me mate, le rogaría por su vida si es necesario, suplicaría. El orgullo no sirve de nada en estos casos. Si ese desgraciado quería ver a un tipo duro llorar por la vida de la mujer que ama, lo verá. He tenido que llegar a este punto para reconocerlo. Te quiero Sara. Habías ganado Frank, me rendí.

  —¡Eh! ¡Jack! ¿Estas con nosotros? Pareces distraído, ¿no te importa lo que le vaya a pasar esa zorrita tuya?
  —¡Vete al infierno!
  — Vaya… Haz que le importe un poco Vinnie.

  Mientras los tres tipos me sujetaban; uno bien cogido por el cuello y los otros dos por los brazos, ese tal Vinnie sacó un puñal enorme y le rajó la pierna a Sara desde la cadera hasta la rodilla. Se oyó un grito ahogado a través de su mordaza, un pañuelo blanco con las iniciales de Frank. El mismo pañuelo que tenía Susan en su casa aquel día, el mismo que incriminó a Costello; ese hijo de perra bastardo no había dejado nada al azar.

  —¡Maldito seas! ¡Déjala! ¡Mátame a mi! ¿No es lo que quieres?
  —Lo que quiero Jack, es que sufras. Y sufrirás por cada minuto que he pasado en ese agujero infecto de Alcatraz. Y cuando considere que has tenido suficiente, sufrirás más aún. Solo cuando yo lo decida, morirás. Esto —hace un gesto como señalando toda su “obra”— no ha hecho más que empezar. Nos estamos divirtiendo, ¿no es cierto chicos? —Todos asienten—. ¿Lo ves Jack? Esta fiestecita es en tu honor. No me dejes en mal lugar.

  La rabia y la impotencia dejaron paso a la resignación, al sometimiento, a la sumisión. Las lágrimas recorrían mis mejillas mientras las carcajadas de Costello llenaban cada rincón de la estancia. Dejé caer mi peso sobre los brazos de mis captores. Noté entonces un poco de libertad en mi cuello y bajé la cabeza como último signo de rendición. No podía mirar. Me resultaba imposible ver como sufría de esa manera y moría.

  —¡No! —Gritó mi “Yo” interior— ¡Eres un mierda Somers! Sólo tienes que hacer una estupidez más. Si al menos ella deja de sufrir habrá merecido la pena. ¡Mueve el culo Somers!

  Esa arenga interior dio resultado; propiné un cabezazo con todas mis fuerzas hacia atrás y acto seguido, en el tiempo que un látigo da un chasquido, me libré de la presa de mis captores comenzando a dar puñetazos a diestro y siniestro. Le robé la pistola a uno de ellos y ante la cara atónita de todos, especialmente de Frank, repartí plomo por toda la habitación. No tardaron en responder. Corrí como un loco buscando cobertura hasta colocarme tras un armario en un lateral de la habitación. El ruido de decenas de armas que disparan es ensordecedor. El armario se hace pedazos poco a poco y miles de pequeñas astillas saltan por doquier. Tomé impulso para llegar bajo una robusta mesa de madera y la volqué para hacerme un parapeto. De súbito, silencio. Unos pocos segundos después, se oyeron decenas de “clicks”. “Es mi oportunidad” pensé decidido y tras la mesa salí como una manada de hienas furiosas. Vacié el cargador de la pistola y al terminar, tiré el arma con desdén al suelo. Alguno de ellos habían huido, otros tantos bañaban el suelo con su sangre y el resto de imbéciles valientes que no sabían cómo me las gastaba, volvieron a desencadenar un infierno de plomo, astillas y fuego. Al darse cuenta de lo poco eficaz de su ataque, algunos de ellos se abalanzaron contra mí. Me deshice de cuantos pude, hasta que me vi acorralado contra una ventana y la mesa que había usado de parapeto. Estaba henchido de ira, de rabia, de sed de sangre, tan sólo veía carne que debía de triturar y eso se me daba de cojones.

  En un fatal acto, consecuencia de la lucha, una de las anillas de las granadas que llevaba en el cinturón uno de ellos, salta y la granada cae al suelo. Ambos gritamos de espanto mientras los demás matones, miran extrañados. Reaccioné antes que nadie, di un puntapié a la granada y usé de escudo al esbirro que tenía delante.
 
  Salí volando por la ventana junto a miles de cristales y trozos de madera. Amortiguó mi caída un contenedor de basura, bendito sea mi ángel guardián. Pasé varios minutos tendido en el suelo recuperando el aliento. Cuando intenté incorporarme, descubrí que tenía una herida de bala cerca del vientre. Por el tipo de herida, debía ser una nueve milímetros. Volví a agradecer mi suerte con bastante ironía.

  Y así es como acabé aquí, hecho papilla, desolado. Una vez más, me las he arreglado para arruinarle la vida a otra mujer y esta vez para siempre. No creo que me quede mucho, lo único que puedo hacer es seguir disfrutando de este pitillo. Cuando llegue al infierno, volveré para acabar contigo si es que aún no la has palmado Frank, lo juro.

  Al fin oigo sirenas. Espero que, cuando me encuentren, a parte de mi cuerpo, recojan también los pedacitos de alma que aún me queden.

Comentarios

  1. Fantástico el relato y espero leer muchas más aventuras de Jack porque te quedas con ganas de más así que espero el siguiente.

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