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RELATO Nº34 --DE TU ALMA A LA ETERNIDAD--

Prólogo: LOS BAILES DE CLEMENTINE

 



Hola a todos. Con el fin de poder hacerles llegar el mejor contenido al blog, he decidido que, a patir de este mes de octubre y, con caracter mensual, iré subiendo capítulos de la novela que acabo de publicar y que tanto éxito está cochechando. Mi intención es que todos puedan disfurtar de ella y que puedan descubrir #elsecretodejacksomers. También hay una pequeña condición para que siga con este proyecto: que llegue al menos a los 10 votos positivos en la casilla de valoración que tienen al final del texto. ¡Espero que les guste!





Prólogo

 

 

  Alguien golpea la puerta. Acabo de llegar al despacho y ya me están tocando los cojones. Esos bastardos desgraciados no son capaces de esperar a que me tome el desayuno para molestar:

—¡Adelante!
—Buenos días, ¿es usted el señor Somers, Jack Somers?
—El mismo, el letrero de la puerta es bastante viejo, pero aún se lee mi nombre. ¿En qué puedo ayudarle a estas horas? —Saco dos vasos y una botella del último cajón de mi mesa—. ¿Le apetece?
—¡Cielo santo! Pero si son las ocho de la mañana ¿Es así cómo empieza el día, como un vulgar borracho?

  Al soltarme la pulla, le puse cara de pocos amigos, una que le advertía que estaba en terreno pantanoso. Aun así, hice el esfuerzo de no echarlo demasiado pronto.

—Disculpe, este es el típico desayuno americano al estilo Somers. —Le pongo mi mejor sonrisa, como la de alguno de esos idiotas que salen en los anuncios de las vallas publicitarias—. Whisky Jack Daniel’s, solo, sin nada que altere su aroma a auténtico roble americano. Si no le gusta lo que ve, puede irse por donde ha venido.
—Sin duda su reputación le viene al pelo. No me explico cómo alguien de su calaña tiene tan buenas referencias. Espero que sea tan bueno en su trabajo como grosero e impertinente en el trato.
—Aún no me ha dicho su nombre y mi paciencia se suele agotar tan rápido como este whisky. No querrá que Clementine se eche un bailecito a estas horas.

  Enciendo un pitillo con la esperanza de haberlo cabreado lo suficiente como para que se largue por donde ha venido. El espeso y grisáceo humo entra en mis pulmones como un bálsamo. Me reclino en la silla, subo los pies a la mesa para ver si consigo agotar su paciencia. Vuelvo a dar otro profundo tiro mientras este irritante cretino me estudia con la mirada. Sé a la perfección quién es, pero cuando alguien con un cargo en el gobierno cruza tu puerta, lo mejor es ahuyentarlo. Esta chusma podrida, esta raza de hijos de perra deben pasar de largo y si no te queda más remedio, hay que hacerse pasar por tonto, les encanta creerse los más listos de la clase. Quieren alardear de títulos, de poder, de influencia… Yo solo veo a otro imbécil más.

—Voy a darle una oportunidad. —Suspira—. Me llamo Stokes, Henry Stokes, propietario de las fábricas de General Motors Corporation de todo el medio oeste, presidente de la cámara de comercio, vicepresidente de la asociación del rifle y gobernador del Estado. Si estoy aquí es porque necesito a alguien eficaz, que no se cague en los pantalones a la mínima que la situación se vuelva… comprometida. —Stokes hace una pausa, busca  distraído en sus bolsillos y saca una ostentosa pipa, me mira de forma intensa, buscando una reacción en mí—. ¡Ah! Y por descontado que esto que le voy a contar es extraoficial, ¿me entiende?

  No ha habido suerte, es paciente el condenado. Después de este tipo de presentaciones al estilo “yo la tengo más grande”, viene detrás algún trabajo sucio, de los que sueles acabar bajo tierra…

  Stokes enciende su pipa e inunda el despacho de una densa humareda, en el que se confunde su impecable traje color crema. Por fin toma asiento y coloca su sombrero sobre el escritorio esperando una respuesta por mi parte.

—Le entiendo a la perfección jefe, no sé si está usted en el lugar indicado.
—Eso es algo que decidiré yo. No es usted la persona que me ha descrito mi contacto de Filadelfia.
—¿Filadelfia ha dicho? —Eso no me ha gustado un pelo, se ha preocupado en saber quién soy, me da mala espina, pocas personas hay en este mundo que saben eso—. ¿Qué cojones hace aquí?
—¿Conoce a Matthias Hayes? Matty “el penas” creo que lo llaman.
—El viejo Matty, ¿aún vive? Sí, claro que le conozco, fue mi superior cuando estaba en el cuerpo, él me echó, y con motivos, pero yo era joven, impulsivo...
—¡Ah! Porque ahora se considera usted un persona cauta y comedida. —Me interrumpe con una jocosa ironía.
—Señor Stokes, si en aquella época, me hubiera soltado una pulla sobre el whisky como hizo antes, se habría despertado en el hospital. Pero de eso hace ya mucho, nueve años en el departamento de policía, viudo, divorciado…eso hace mella, ¿sabe? Sobre todo, por “El divorcio”, Ruth Geller.
 —¿Tuvo la osadía de apartar de su vida a una Geller? Eso no le deja en buen lugar.
—Creo que usted y yo no estamos hablando de la misma Geller. Cuanto más lejos esté de la sucia arpía con la que me casé y su aquelarre de Gellers, más feliz estaré yo.
—Señor Somers, no se sobrepase, se lo advierto, no he venido aquí a que insulte a una familia a la que tengo bastante afecto, no transforme la curiosidad y las buenas palabras que me han
llegado de usted en mis informes, por hostilidad. ¿Sabe que este edificio me pertenece? ¿Sabe cuánto me costaría acabar con su carrera? Es mejor que no me contraríe, detective.
—¡Vaya con el gobernador! ¿Sabe cuántos han intentado acabar conmigo? He perdido la cuenta, y le juro que han puesto empeño, como su adorable Ruth. Olvidémoslo, ¿quiere?
—Pasaré por alto todo esto si me aclara algunos asuntos referentes a su pasado. He oído cosas inverosímiles y por lo que parece es usted una caja de sorpresas. Sirvió en el Pacífico; de policía en Filadelfia a reputado detective privado en Chicago, no tanto por sus resultados como por el caos que deja a su paso. Cuénteme, señor Somers, siento curiosidad por su persona y así también podré saber si es usted apto para el trabajo.
—Ha hecho los deberes, su “ilustrísima”. Me ha sorprendido con ese cargamento de recuerdos jodidos de mi vida, se lo agradezco, pero no crea que todo aparece escrito en los papeles. ¿Cómo está tan seguro de que aceptaré Señor Gobernador?
—Porque le ofrezco cinco mil dólares más incentivos por sus servicios y por su silencio.
—¿Cinco de los grandes eh? Eso da para mucho whisky. Parece que no me queda alternativa, ¿eh viejo?
—Señor Somers… —Me mira con tono beligerante, como el de un padre a su hijo cuando se pasa de la raya.
 —¡De acuerdo “jefe”! Tome asiento, e insisto con la copa, la necesitará.



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