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RELATO Nº34 --DE TU ALMA A LA ETERNIDAD--

RELATO Nº14--EL DUQUE--


Buenas a todos. Hoy les traigo la continuación del relato "de la Vanidad y la Ira". A los que no les suene, les recomiendo que vayan a las etiquetas y busquen "Leyendas de Laurentia" para encontrar los antecedentes a esta historia que se las ofrezco cada mes. Los acontecimientos aquí narrados son inmediatamente después de la sangrienta reunión entre los reyes de Laurentia. Sin más espero que les guste y disfrutende ella tanto como yo escribiéndola.


AQUI EN ORDEN CRONOLÓGICO:

1º--> LA CALMA QUE PRECEDE
2º-->DE LA VANIDAD Y LA IRA
3º-->EL DUQUE
4º-->EL JUEGO DE LOS DIOSES




 El Duque  

 



Llevo aquí desde que el sol llegó a tocar la punta del campanario. Se me ordenó ocultarme en esta pequeña sala secreta del salón de audiencias en el ala sur de palacio. Tan sólo oculta tras un enorme lienzo retrato del bisabuelo del Rey. Es tan diminuta que sólo hay sitio para una pequeña banqueta, un práctico atril  y una rejilla camuflada que me permite ver. El rey deseaba que todo lo dicho aquí quede registrado. Cinco debían reunirse, pero tan sólo cuatro han acudido. Pero no me esperaba esto.



Los otros tres quedaron enmudecidos al contemplar tal acto villano y abandonaron prestos la sala. El deshonroso regicida antes de salir, echó un último vistazo con una leve sonrisa en el semblante.

Dos cantos de gallo han paso de esto y un ligero ruido cristalino llama mi atención; veo una sombra tras los ventanales, un borrón. No estoy seguro. Puede que sea la sombra fugaz de un ave. Al instante, unos hombres entran con un escándalo y unas voces tales, que creí estar en medio de una refriega. Es el Duque de Trésverres, Adair con dos miembros más de su guardia. Se detuvieron unos pasos frente a la mesa donde se había celebrado la reunión. 

Es difícil creer que no se hayan cruzado en los pasillos. ¿Cómo pudo llegar tan rápido el Duque ? , ¿es posible que lo que vi en la ventana fuera un espía? Parece que las vidrieras le distorsionaron la vista lo suficiente como para no distinguir al culpable; o no se ha atrevido a hacerlo aún,  de ser así, indicaría que no goza de la suficiente confianza como para acusar a alguien de la talla del Rey Rhimenom. Un momento, ¿ puede ser que sólo le ha dado tiempo de dar la alarma y desapareció para no ser descubierto? Entonces el Duque tuvo que esperar en un punto donde tuviera éstas vidrieras a la vista, desobedeciendo en un acto deliberado las órdenes dadas por nuestro rey de vaciar este ala.  Y si todos los asistentes infiltraron a un espía, ¿habrá alguien más  escondido ?


El Duque camina claramente afectado mientras los otros dos soldados siguen inspeccionando los alrededores,  yelmo con la visera baja, cota de malla completa, arma en posición de guardia del buey, como si el asesino continuara en el gran salón. El señor del ducado de Trésverres hace que se distinga a la legua quien manda, esas refinadas telas con los colores gris y granate del reino de Uteni, La coraza de mithril con acabados en oro, un bigote mosca exagerado y excesivamente cuidado delatan su ególatra y altiva personalidad.


— Que los dioses nos amparen, ¿Quién osa a asesinar a un rey aquí, cuando las leyes divinas dictan que en un parlamento no ha de producirse agresión alguna ya seas amigo o enemigo? Y nada menos que en palacio. En el lugar más seguro que hay en estos tiempos de guerra. ¡Alguien pagará por esta fechoría, este crimen !  — Exclama henchido de ira, hasta los estandartes colgados de paredes y techo vibran con la furia desatada del Duque.


Los otros dos guerreros envainan sus espadas bastardas, se quitan el yelmo, miran al suelo en señal de respeto por la muerte de su rey; se apartan discretamente de la ira del señor Adair por temor a que descargue en ellos la rabia destinada al culpable.


Cuando cesan las acusaciones y blasfemias iracundas del señor, éste se acerca con el semblante congestionado y la mirada acuosa hacia el real cadáver. Se detiene a observar. Parece que ha reparado en una muesca profunda que hay en la mesa a unos dos pies del difunto. Pasa la  mano varias veces con el gesto de su rostro dubitativo y el ceño fruncido, cuando le sorprende un leve chapoteo, como de una gota minúscula, en el pequeño charco de sangre junto al cuello seccionado.  No comprendiendo lo que pasa, mira hacia arriba. Sus guardias parecen no percatarse de nada.  El Duque sólo observa la bóveda del salón y los estandartes y banderas colgadas.  Un lado de una bandera del techo, se desprende y en menos de lo que aletea un colibrí se oye un desgarrador grito de un extremo del salón. Uno de los guardias tiene un cuchillo ensartado en su cuello. La sorpresa deja unos instantes estupefacto al Duque que consigue reaccionar a tiempo para esquivar la caída asesina de un extraño que se ocultaba en el techo. Con una agilidad impropia de su edad, en el salto que dio el Duque para esquivar, logro desenvainar su espada y ponerse en posición de media puerta de hierro. El agresor, viste de manera muy extraña, varios tonos de grises de pies a cabeza sin que se le vea el rostro, sin armadura, cota de malla, ni cuero para protegerse. Y para colmo va armado con dos puñales tan sólo. Es un verdadero suicidio. 


El guardia que resta esta haciendo lo que puede para intentar salvar la vida de su compañero. El Duque no articula palabra y observa a su contrincante. El asesino gris lanza uno de sus puñales directo a la cabeza de Adair y logra esquivarlo haciendo una finta con una facilidad asombrosa. Adair cambia a la guardia del tejado e inicia una serie de ataques dirigidos a la cabeza de su adversario mientras el asesino gris esquiva y contraataca con un repertorio de fintas, saltos y volteretas más propias de un acróbata que de un asesino. Parece que el Duque, tiene serios problemas para neutralizar a tan ágil duelista y pierde la iniciativa. El asesino vuelve a lanzar un puñal a la cabeza del Duque, que éste desvía con su espada mientras retrocede, ahora es el asesino quien parece aguijonear como una avispa rabiosa; realiza varios ataques que consigue impactar, el robusto peto de mithril del Duque es lo único que lo salva de la muerte y ya se ven varias marcas en él. Cede más y más terreno haciendo fintas a izquierda y derecha, manteniendo lo mejor posible la compostura hasta que se ve acorralado.


 Un grito repentino desvía la atención de ambos esgrimistas y se encuentran al último guardia cargando contra el gris malabarista que ensarta la espada en su vientre. Un alarido desgarrador atraviesa el salón de lado a lado, seguido de otro más agudo y breve. En el último aliento, el asesino logra hendir su puñal en la aberturas laterales de la armadura del guardia, cayendo ambos inertes en el acto. Adair corre a socorrer a su camarada en vano. Veo como el agonizante caballero susurra algo al oído y da su último estertor de vida. El Señor de Trésverres coloca con cuidado la espada del guardia fallecido en su fría mano y la lleva al pecho, para que se proteja en la otra vida.


El día se tuerce a cada instante y siento que cada vez corro más peligro; es cuestión de tiempo que me descubran. Hay toda  suerte de espías y asesinos ocultos en lo que debiera ser una reunión secreta de los monarcas libres. Para agrado de mi rey tendrá todo lujo de detalles de lo acontecido para protegerse de acusaciones pérfidas y ladinas. Pues tres somos ya los que espiaban esta reunión, uno fugado; uno muerto; y mi persona aquí oculta. Si cada uno envió un agente, dos faltan por ser revelados. 


Adair, coge su precioso cuerno lacado y engastado en rubíes. Lo hace sonar y en poco tiempo aparece mi Rey Ronan, una veintena de escoltas y tras ellos el Rey Rhimenom junto a otros tantos guardias. 


— Que los dioses nos asistan, ¡¿Qué diantres a ocurrido aquí Adair?! — El rey finge estar verdaderamente afectado con lo que ve—. ¿Qué clase de carnicería os habéis propuesto consumar en mi palacio?  ¡Tenéis suerte que ninguno de estos desgraciados sean vasallos míos, pero asesinar a vuestro propio Rey! La horca será un castigo magnánimo para semejante crimen, sois una hiena traicionera sedienta de sangre.


— ¡ Hienas y horcas! Ha sido mi cuerno el que ha sonado solicitando auxilio. No yo, si no vos  ha convocado este teatro de cuervos, Vos fuisteis derrotado en la batalla del Arganda y suplicasteis por una alianza para salvar vuestro cuello. El resultado es más que obvio: traición.  Este palacio no es más que una guarida de asesinos , espías y ratas de tugurios. Os juro ante los dioses que habrá justicia a la muerte de mi rey y sus secuaces, cuales sean sus ejecutores. — El colérico duque señala con su espada al rey.


— Cuidado Duque Adair de Trésverres, no oses acusarme en mi palacio, delante de mis súbditos. Que la ira no os nuble el juicio. — La veintena de guardias del rey Ronan desenvainan sus espadas—.  Yo sólo veo un hombre armado cubierto de sangre y muchos inocentes muertos… vos sois famoso por vuestra destreza; no es descabellado pensar que os deshicisteis de su escolta y acabasteis con él. Más aún cuando no debierais estar aquí. Es de sobra conocida vuestra ambición al trono.


— ¡¿Cómo os atrevéis a acusarme a mí de regicidio y parricidio?! —vuelve a amenazar con su espada al rey y toda su guardia rodea al Duque.


Uno de la veintena de guardias tropieza con un viejo arcón junto a la pared de la entrada, que de improviso se abre asomando un brazo vestido de negro, desarmado y tembloroso . Ante la sorpresa y la tensión provocada por la noble riña, amputo un bravo guardia, el brazo sin ningún miramiento.  Le saca de su escondrijo por la pechera entre gemidos de dolor. Sus ropas era negras como el carbón, hasta sus ojos eran tan oscuros que ocultaban sus intenciones . Apagó su vida entre carcajadas, pronto se desangraría, y sus risas, son la única confesión que toman de él.


 Aparece el resto de monarcas atraídos por el alboroto. El conde vuelve a cargar contra mi rey.  Acusa de todos y cada uno de los incidentes del día, hasta de las derrotas cosechadas estos últimos años, ya puestos, hasta me atrevería a decir que lo culpa de su malograda ascensión al trono:


—… confesad vuestros crímenes, nadie abandonará esta sala hasta que confiese el maldito confabulador… — pese a estar rodeado de caballeros y personalidades mayores que la suya, parece un auténtico titán entre montañas— …os juro que todos y cada uno de vosotros correrá la suerte de mi difunto sobrino si no confesáis. ¡Estoy seguro de que  habéis conspirado todos los aquí presentes, hasta el mal nacido de vuestro bisabuelo conocido en vida por taimado y ladino, ahí en su pared, es cómplice de su muerte!  


Cegado de todo juicio, toma el cuchillo de su camarada todavía ensartado en las costillas y con extrema violencia gira… ¡Hacia el retrato! Señala el enorme lienzo varias veces con amenazas y acusaciones. Hasta que grita de ira y de dolor, ¡dioses no, lanza el puñal! Doy un respingo hacia atrás y me veo bloqueado en tan minúsculo habitáculo.  El lanzamiento del Duque atraviesa el cuadro ante la sorpresa de todos. Doy un grito ahogado, caigo desplomado hacia delante desgarrando el resto del gran óleo y oigo un gran estupor de asombro. En lo único que pienso mientras se me escapa la vida y veo a la muchedumbre venir hacia mí, es dónde estará ese dichoso quinto personaje. Su suerte supera la de un reino entero.

Comentarios

  1. Las intrigas y traiciones parecen que me encuentre en la corte de Camelot y el Rey Arturo. Me gusta mucho estos relatos de aventuras.👏👏👏👏👏👏👏

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  2. Y cuando todo parecía haber terminado comienza de nuevo el ciclo de traiciones. La tensión se palpa en la sala en todo momento. El realismo de la narración hace que te traslades a ese salón lleno de desafortunadas sorpresas. ¿Qué será lo próximo?

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