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Hola a Todos. Vengo con Relato Corto. Una nueva semana que les traigo algo de lecturilla para entretenerlos un rato. Esta semana quiero agradecerle a Ehedey la idea para este relato. En una comida con unos amigos, en medio de la conversación, estábamos intentando recordar un título de una novela y él a "crónicas de..." le añadió por hacer la gracia, "rinocerontes". Mi respuesta fue inmediata, le dije, Eso da para un relato y más...ya tengo dónde inspirarme. Desde aquí mi más sincero agradecimiento y afecto por inspirarme con tus locuras... ;-) Y aquí les traigo este relato lleno de leyendas y magia, en un mundo dodne los humanos no existían aún. Sin más, espero, como siempre, que disfruten de su lectura tanto como yo disfruto escribiéndolas.
CRÓNICAS
DE LOS KARKANDA
En una larga tarde, cuando el sol enrojecía y las aves
buscaban refugio en la copa de los árboles, Sarkin, merodeaba ocioso cerca de
la gran roca sagrada. Aburrido de sus propias travesuras, el joven cachorro
observó al custodio de las tres verdades, ataviado con su particular hábito
carmesí que le cubría de los pies al rostro. Aquel monolito de proporciones
gigantescas a ojos de Sarkin, era casi tan alto como dos jirafas y tan ancho
como cinco elefantes. No había nada igual de imponente en toda la sabana. El
pícaro infante, maquinó otra de sus fechorías, pero al llegar junto al viejo
guardián, lo encontró divagando, balbuceando alguna leyenda o cuento. De pronto
la curiosidad del pequeño, despertó:
—…fue el día del eclipse. Sí, me suena que ocurrió en el
mismo año que tus bisabuelos se casaron.
—¿El eclipse en el que todo se volvió rojo? —preguntó con
asombro el cachorro.
—Sí, ese mismo. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer…
— Pero de eso hace más de cien inviernos, ¿Cómo vas a
recordarlo? Si ni siquiera habías nacido.
—¿De verdad crees eso pequeñajo? No hay nadie más anciano
que yo ni en la tribu ni el antiguo clan. Habré vivido mucho y estaré postrado
bajo la sombra de la roca sagrada la mayor parte del día. ¿Piensas que este
anciano viajero de la sabana ha perdido la memoria? No era mayor que entonces,
pero te aseguro que todo ocurrió tal cuál te lo voy a contar. Yo viví en
tiempos de Siumikan.—sentenció con tono vehemente.
—¡Anda ya, viejo! ¿No será otra de tus batallitas?
—¡Ay! Estas camadas de hoy día son de lo peor, se creen que
lo saben todo. Fuimos tus bisabuelos y yo quienes encontramos estas tierras
donde pastas ahora, fuimos nosotros quienes echamos al clan de las hienas al
otro lado de las montañas, ¡nosotros! ¿Y dudas de mi palabra? Si has venido a mofarte
de este anciano, ya puedes irte. Primero preguntas por las tres verdades y luego me
tachas de petulante charlatán. ¡Qué impertinencia muchacho!
—Pero si yo no… Vaaaale tú ganas anciano, pero antes, déjame
contar los anillos de tu cuerno. Dicen que nadie ha conseguido contarlos.
—¡Ni yo mismo he sido capaz! Tengo tantos que incluso me
tapan la vista. De todos los miembros del clan tan sólo el legendario Siumikán
tenía más anillos que yo.
—Juer viejo, mira que me lías, ¿pero no ibas a contarme lo
de las tres verdades?
—Sí, sí, no seas impaciente. Todo ha de contarse con su
debido ritmo. Y sobre todo, a su debido tiempo.
Pues harán cien inviernos, como bien has supuesto, con sus
respectivos veranos, que sufrimos una de las pérdidas más dolorosas desde que
el clan tiene memoria, desde que el hermano de Siumikan, Atogo, formara nuestra
tribu y comenzara a trasmitir sus conocimientos. Y hoy te los voy a trasmitir a
ti.
Yo, como te decía, no era mayor que tú. Tendría dos o tres
veranos en este mundo y nuestro clan, los Karkanda, menguaba con cada luna.
Corrían tiempos aciagos, las grandes llanuras antes verdes y llenas de vida,
ahora eran desiertos, puesto que los
ríos no crecían en primavera y los
árboles no cantaban su canción de floración. El gran clan de los leones, nos
acosaba desde el norte, y desde el oriente, las temidas tribus del clan de los dientes
de sable: los sombras, los destellos del alba, los desgarradores, los rompe cráneos
y los colmillos rojos. Todos ellos nos subestimaban. Nos veían como una raza
torpe y lenta, como no éramos rápidos, ni poseíamos colmillos para luchar, nos
rebajaron a comida. Sólo contamos con este cuerno, hijo. Para nuestro clan el
cuerno era un motivo de estar orgulloso, una forma de ostentación y nunca,
jamás, algún otro miembro del clan pensó que se podría usar como arma. Nadie, hasta que llegó Siumikan.
—Te lo estás inventando abuelo. Además, ¿Qué tiene que ver
ese cuento con las tres verdades?
—¡Todo! Cachorro impertinente, y nada ahora mismo. Para ti
no significa nada. No ves mas allá de los anillos de tu cuerno y eso fue lo que
nos condenó hace años. Cachorros que son un incordio como tú.
—¡Bah viejo! ¡Cómo te pones! Me callo.
—Muy bien. El silencio es un don que muy pocos conceden. Te
lo agradezco.
Como iba diciendo, Siumikán poseía un cuerno prodigioso,
ornamentado con todo tipo de fruslerías y más grande que el que luce tu abuelo
hoy. Los ancianos habían vaticinado el fin de los días oscuros con profecías
que se antojaban indescifrables hasta para los más sabios; “cuando
Mexetz, la que trae la luz en la noche, consiga la daga de kixón, cabalgará
sobre el alba para degollar a Sikztu, hacedor de la vida. Teñirá la tierra con
su sangre y el clan de los Karkanda encontrará su futuro, mostrando humildad
ante Mexetz.”
Sólo uno de nosotros, alcanzó a comprender, sólo uno de
nosotros creía que nuestro clan y todas la tribus de rinocerontes de la sabana estábamos
destinados a algo más grande, a tener derecho a unas tierras, a no ser cazados;
a vivir con dignidad. Atogo reunió a todas las tribus del clan, dijo que los
dioses le habían hablado y que al día siguiente, la profecía se iba a cumplir. Dijo
que su hermano Siumikán era el elegido. Atogo había adquirido la habilidad de
descifrar las profecías y Siumikán, había sido ungido por las doce deidades.
Muchos se rieron, otros los tomaron por locos, otros por charlatanes ávidos de
protagonismo. Sólo unos cuantos, incluidos mis padres les creyeron. “Al
alba, los que queráis construir un futuro fuera de las tradiciones que nos han
esclavizado durante generaciones, reuníos en la frontera sur y seréis testigos
del nacimiento de una nueva tribu, una tribu sin miedo.”
Al día siguiente, sólo acudieron un total de cuatro
familias. Cuando el sol casi llegó al mediodía, Mexetz apareció surcando los
cielos en un carruaje oscuro como la noche, como vaticinaron las profecías,
degolló a Sikztu y el día se torno rojo, tan rojo que se oscurecieron los
cielos y la tierra. Siumikán se postró ante la diosa como símbolo de su
humildad y respeto, llevando su cuerno casi a ras de suelo. En ese instante, en
la rojiza oscuridad, nos emboscaron unos Sombras del clan de los sables.
Siumikan, pensando que su destino era morir a manos de esos malhechores, no
levantó la cabeza, mantuvo la reverencia. Y en un abrir y cerrar de ojos, uno
de los Sombras quedó ensartado en el poderoso cuerno de Siumikán. He ahí el
milagro de la profecía.
Atogo, comprendió de inmediato el poderoso regalo que nos
habían concedido los dioses y llamó a todos para que imitaran a Siumikán. Todos
se inclinaron ante Mexetz y a la voz de Atogo comenzaron a cargar contra los
asaltantes. Ni uno solo sobrevivió. La
sangre de nuestros asesinos cubría el suelo y no la nuestra. Desde ese día, nunca
volvimos a ornamentarlos, salvo en el ritual de iniciación de los guerreros,
como conmemoración de esa hazaña. Ahora sabes por qué se hace el ritual, pequeñín.
Cuando Mexetz sació su sed de sangre regresó con su carro a
las tinieblas y con el primer rayo de luz que surcó el horizonte, Atogo tuvo
una visión. Una imagen de las tierras sagradas que ahora habitamos. Más de
doscientos días marchamos en su busca. Y cuando por fin llegamos, el día del solsticio
de invierno, en medio de una tormenta, el clan de las hienas pensó que seríamos
perfectos para llenar su despensa. Atogo reunió a las cuatro familias para
escondernos en una gruta cercana.
Siumikán, se enfrentó solo a las huestes de las doce tribus de las
hienas justo aquí, al pie de la gran roca sagrada. Las combatió durante los
siete días y siete noches que duró la tormenta. Cuando Atogo, al amanecer del
octavo día no pudo soportar más la espera, acudió en busca de su hermano. Lo halló moribundo, en lo alto de la roca sagrada y los
cuerpos de más de cien hienas amontonados a los pies del monolito. Era una
visión espantosa. Siumikán al ver llegar a su hermano, dijo: “Venera esta
tierra como veneras a Mexetz, jamás combatas la ira con la ira, hermano, sólo hallarás
la muerte. Y por último hermano honra a las cuatro familias que peregrinaron
hasta aquí, sin su fe no se hubiera cumplido la profecía.”
Ahora podrás creerme o no. Pero yo era un joven curioso e
inquieto y al ver que Atogo salió en busca de su hermano, no tardé en escabullirme
tras él. Me aterró el lugar nada más verlo, pero algo me empujaba a seguir. Al
llegar casi la misma altura de Atogo, un gran rayo cayó sobre la roca sagrada.
Siumikán había desaparecido. Donde antes la sangre de nuestro héroe bañaba la
roca, quedaron grabadas sus últimas palabras, las que ahora conocemos como ”las
tres verdades”. Son los pilares sobre los que se asientan nuestra tribu. No lo
olvides.
El pequeño, ahora con un semblante dividido entre el asombro
y la duda, no podía dejar de mirar al anciano. Se preguntaba si realmente ese
viejo carcamal, como siempre lo había llamado, era de verdad parte viviente de
la historia de la tribu o un simple charlatán. Y mientras se prolongaba el
silencio entre ambos, un detalle llamó su atención, algo que para él sería un
prueba de que ese viejo charlatán decía la verdad:
—Viejo, con ese hábito que te cubre el rostro no te veo los
ojos, ¿eres ciego verdad?
—Perdí la vista por ser un crío demasiado curioso, como lo
eres tú. El día que calló el rayo, la luz fue tan intensa que me dejó ciego. Y desde entonces,
vivo aquí, a los pies de la roca sagrada, trasmitiendo la sabiduría de las tres
verdades.
En ese momento, el cachorro, hizo un profunda reverencia y
llamó al viejo por su nombre, Inatogo, que significa, “hijo de Atogo”.
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*Mexetz: La que trae la luz en la noche, la dama errante. Durante
el día es la vigía de la muerte y durante la noche se lleva las almas hacia el
cielo sumando una estrella más en el firmamento. Se asocia siempre con la luna.
*Sikztu:
Hacedor de la vida, mantiene una lucha eterna contra Mexetz, puesto que ella es
la que “roba” las almas que Sikztu dota de vida en la tierra. En primavera, le
da voz a la vida. Su voz hace que los hielos de las montañas se derritan y se
formen los ríos, hace que los árboles florezcan y que nazcan las crías de todas
las criaturas de la sabana. Se asocia siempre al sol.
*Kixón: Daga sagrada, con la que la muerte extrae las
almas a los muertos y única arma capaz de herir a Sikztu. En ocasiones cuando
la muerte baja la guardia, Mexetz roba la daga y cabalga durante el día para
dar muerte a Sikztu degollándolo. Entonces el cielo y la tierra se bañan con la
sangre del dios sol, Siempre son interpretados como malos presagios, como el de
la caída del Clan de los dientes de sable en el ocaso de la segunda edad. En otras, Mexetz, su ira la lleva a cabalgar
desarmada y tan sólo consigue ocultarlo por unos momentos, antes de quemarse
con la luz de Sikztu y retirarse.
*Karkanda: Rinoceronte en idioma Hausa africano.- Obtener enlace
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Mi primera novela "Los bailes de Clementine", es logro que jamás pensé pudiera alcanzar.
Comentarios
¡Qué historia tan bonita! ¡Y qué buen final! No todo es lo que parece ser y hay que ser pacientes para descubrir el sentido de las cosas. ¡sigue así!
ResponderEliminarPreciosa historia, que imaginativa, parece en la primera era de los seres vivos en la tierra. Y como termina,me encanta. De las que más me han gustado.👏👏👏👏👏👏👏👏
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